Sergio Machín sospecha que sus días en la política están tocando a su fin. Ya no tiene tanto poder como antes y solo le queda su cargo en la consejería de Emergencias y Seguridad del Cabildo. Y quiere irse a lo grande, sin que nadie piense que ha sido solo un chaquetero más que cambió de partido dos veces a cambio de un sueldo y poco más. Quiere que la gente recuerde para siempre quién ha sido.
Para ello, a espaldas de su partido y del resto del grupo de gobierno, contacta con un representante de la corporación aeronáutica Boeing con la intención de negociar para el Cabildo la compra de un avión de combate F-18 E/F Super Hornet. Cuando escucha la cifra de la comisión, Sergio se estremece de placer.
Le falta pensar aún cómo explicar a sus compañeros de partido y de gobierno el gasto de los 24,2 millones de euros que vale el F-18. “Con un leasing a 20 años nos viene a salir anualmente lo mismo que tiramos en el Islote de Fermina”, calcula. Pero necesita una buena coartada. Puede que les diga que serían la envidia del resto de Cabildos, o quizá les convenza de que tener un avión así sería la mejor forma de negociar con los Ayuntamientos la bajada del canon de los Centros Turísticos. “Seguro que Pedro San Ginés me apoya solo por imaginar la cara de Pepe Torres cuando se entere de que tenemos un F-18”, piensa Sergio.
Lo cierto es que llega el momento de cerrar el trato. Tiene al teléfono al mismísimo Edmund P. Giambastiani Jr., uno de los once directores ejecutivos de Boeing, esperando el sí definitivo a la compra del avión de combate. Le surge un sudor frío. La comisión del 5%, por un instante, se le queda chica y decide jugarse un último regate, una petición de última hora que le haga irse verdaderamente por la puerta grande, con algo que contar a sus nietos más allá de que estuvo en tantos partidos porque todos le querían.
“Señor Edmundo”, dice Sergio con la voz temblando, “hay un detalle más a discutir antes de quedarme con el F-18. Es sobre el blanqueo”. “Entiendo”, contesta Giambastiani, “disponemos de un equipo de asesores que le informarán adecuadamente sobre cómo ingresar los fondos a una cuenta en las Islas Caimán y desde ahí desviarlos hacia un negocio completamente legal sin dejar huella”. Pero Sergio le interrumpe. “No, no, Edmundo, ese tema ya lo controlo, me refería a que quiero que me paguen una operación como la de Michael Jackson. Siempre soñe con eso y sé que cuesta una pasta. O lo toman o lo dejan”.