El Cabildo publica “El flautista de Titerroy” dentro de su colección de cuentos populares adaptados
TRAS EL ROTUNDO ÉXITO DE “LOS TRES CERDITOS”
Había una vez una pequeña isla llamada Lanzarote. Su clima era placentero, su belleza era exaltada por los artistas del lugar y sus habitantes se enorgullecían de vivir en un lugar tan apacible. Pero, un día, la isla se vio atacada por una terrible plaga: ¡Lanzarote estaba llena de ratas!
Había tantas y tantas que se atrevían a desafiar a los perros, perseguían a los gatos, se subían a las cunas para morder a los niños dormidos y hasta robaban enteros los quesos de las despensas para luego comérselos sin dejar una miguita. Y eso fue solo el principio, pues con el tiempo, se metieron en las instituciones públicas de la isla y empezaron a robar dinero público y a beneficiar a sus amigos empresarios, al tiempo que las gentes de la isla no tenían cubiertos los servicios básicos para vivir con digidad.
¡La vida en Lanzarote se estaba tornando insoportable!
Pero llegó un día en que el pueblo entero se hartó de esta situación y todos en masa fueron a congregarse en la plaza del pueblo. ¡Qué exaltados estaban todos! “¡Esto debe acabar! ¡El mal olor ya es insoportable!”, gritaban. Tras varias horas discutiendo, y sin que a nadie se le hubiera ocurrido nada aún, llegó a la plaza el más extraño personaje que se puedan imaginar.
Llevaba una rara capa que le cubría del cuello a los pies y que estaba formada por cuadro blancos, azules y amarillos. Su portador era un hombre alto y delgado, que no paraba de moverse en todas direcciones. Incluso estando sentado parecía que bailara capoeira. Las gentes del pueblo le contemplaron boquiabiertos, pasmados ante su alta figura y cautivados, a la vez, por su estrambótico aspecto.
El desconocido avanzó con gran desparpajo y dijo:
- Perdonen, señores, que me haya atrevido a interrumpir su importante reunión, pero es que he venido a ayudarlos. Yo soy capaz, mediante un encanto secreto que poseo, de atraer hacia mi persona a todos los seres que viven bajo el sol. Lo mismo da si se arrastran por el suelo que si nadan en el agua, que si vuelan por el aire o corren bajo la tierra, aunque mi especialidad son los que se deslizan por las instituciones públicas. Principalmente uso de mi poder mágico con los animales que más daño hacen, ya sean topos, sapos, víboras, lagartijas o cargos públicos. Las gentes me conocen como el Flautista de Titerroy.
En tanto lo escuchaban, los vecinos observaron que los dedos del extraño visitante se movían inquietos, al compás del resto del cuerpo, quizá debido a alguna sustancia mágica que llenaba de energía al estrafalario personaje, quizá porque sintiera impaciencia por alcanzar y tañer el instrumento que colgaba sobre sus raras vestiduras.
El flautista continuó hablando así: - Tengan en cuenta, sin embargo, que soy un hombre humilde y que nací en Titerroy, de ahí mi nombre. Por eso, a cambio de mi trabajo, solo pido que me nombren presidente para poder hacer el bien y ayudar a unos pobres amigos que tienen unos problemillas legales con un puerto deportivo y una bodega. ¿Acceden a mis peticiones?
- ¡Por supuesto que sí!, gritaron todos. ¡Lo que haga falta para librarnos de esta plaga! Aunque en realidad todos habían sospechado ya de las formas grotescas de aquel extraño.
Poco después bajaba el flautista de Titerroy por las calles de Arrecife. Llevaba una fina sonrisa en los labios y la mirada perdida, como cuando sale de fiesta y se le va la mano, pues estaba seguro del gran poder que dormía en el alma de su mágico instrumento y en su habilidad para comprar voluntades a cambio de un trabajito, un museo o una subvención a la prensa.
De pronto se paró. Tomó la flauta y se puso a soplarla, al mismo tiempo que guiñaba sus ojos en una especie de tic nervioso. Arrancó tres vivísimas notas de la flauta. Al momento se oyó un rumor. Pareció a las gentes de Lanzarote como si lo hubiese producido todo un ejército que despertase a un tiempo. Luego el murmullo se transformó en ruido y, finalmente, este creció hasta convertirse en algo estruendoso.
¿Y saben lo que pasaba? Pues que de todas las instituciones públicas empezaron a salir ratas. Salían a torrentes. Lo mismo las ratas grandes que los ratones chiquitos. Lo mismo de la concejalía de urbanismo de Arrecife que de las alcaldías de Teguise, Tinajo y Haría. Incluso del mayor edificio de la capital salió un grupo de periodistas hipnotizados por la música.
Y el flautista seguía tocando sin cesar, mientras recorría las calles. Y en pos iba todo el ejército ratonil bionacionalista aplaudiendo al extraño músico y danzando sin poder contenerse. Y así bailando llegaron las ratas al borde del risco de Famara, en donde fueron cayendo todas. Y las gentes del pueblo, que venían tras de ellas, decidieron acabar el trabajo con un leve empujón que hizo que el flautista siguiera el mismo camino que el resto de roedores, puesto que todos se habían percatado de que era el peor de todos.
Y así fue que estas alimañas de la isla desaparecieron, hechizadas por el embrujo de un flautista paranoico que corrió su misma suerte. Y la isla olvidó para siempre aquella pesadilla y fueron felices y comieron perdices.
Comentarios
El engendro Echedey le viene mejor la definición de Pollardela. Fantastica definición