Tras poner un poco de orden en Playa Blanca, la Dama de la Justicia dirige su mirada hacia la bodega Stratvs
LOS SEÑORES DEL DINERO YA NO DUERMEN COMO ANTES
Espada en mano, con el pelo ondeando al viento y derrochando sensualidad jurídica, la Dama de la Justicia ha comenzado el camino hacia la bodega Stratvs tras poner un poco de orden en el sur de la isla, donde logró la confesión de José Francisco Reyes, sembró de dignidad el relato histórico y aniquiló para siempre las teorías conspiranoicas e interesadas acerca de lo ocurrido con las ilegalidades urbanísticas de Playa Blanca. Ni conflicto entre administraciones, ni defectos de forma en la tramitación de las licencias, ni campaña contra unos pobres empresarios que solo querían el progreso de su isla. Solo era corrupción.
A pesar de los aquelarres y los conjuros, a pesar de las presiones y los maleficios, la Dama de la Justicia sigue paseando por la isla ante la mirada temerosa y desafiante del poder. Los hombres del maletín empiezan a respetarla tras años de impunidad, mientras ella demuestra que incluso en un lugar pequeño y endogámico, incluso con pocos recursos y en condiciones desfavorables es posible hacer brillar la abogacía para defendernos de ese poder que sacrifica las vidas de la mayoría a cambio de los privilegios de una minoría. La llamarán de muchas maneras, pero solo hay una Justicia, y es la social.
El urbanismo criminal ha tenido la mala suerte de que ella lo definiera pero sobre todo ha tenido la mala suerte de que ella lo persiguiera. Los especuladores de la tierra, los profesionales de la malversación y los aprendices del soborno ya no están tranquilos. Intensifican sus llamadas, exprimen sus contactos, compran o alquilan mercenarios low cost, se mueven nerviosos ante la certeza de que ya no lo tienen todo controlado. Saben que ella les vigila y saben que en cualquier momento pueden sentir en sus carnes la fría hoja de su espada justiciera.
Pero ante todo, los hombres del maletín no entienden cómo es posible que haya gente sin ganas de conducir coches de lujo, sin la necesidad de comprar lo último y lo mejor, sin la obsesión por acumular cuentas corrientes o por tener un yate amarrado en un puerto deportivo. Sin el deseo, para ellos absolutamente natural, de ser envidiados por su riqueza y sus excesos. En definitiva, los señores del dinero no pueden entender, no pueden aceptar que exista, como la Dama de la Justicia, gente sin precio.
Comentarios
Esta sentencia deberia de explicarse desde la EScuela, Los Altares de las iglesias y colgarlo en la sede de los partidos incluso en el de J Fco Rosa, o sea en la puerta de Corrupcion Canaria