12 de diciembre de 2015. Playa Blanca. Nave de Montaña Roja. Cientos de niños esperan el momento más deseado de la noche. Ni Papa Noel ni los Reyes Magos ni las próximas navidades les despiertan tanta ilusión como la actuación que viene a continuación, la del único cuentacuentos cuentacuentas del mundo mundial. Luis Celestino Arráez, siempre discreto, siempre en segunda fila, primero con el PIL y ahora con Coalición Canaria, maneja las cuentas del Cabildo y en sus ratos libres adormece a los niños contándoles los cuentos más divertidos e increíbles, como ese que dice:
Érase una vez un príncipe azul, blanco y amarillo que reinaba en una isla mágica llena de volcanes. Su corte le repetía todo el tiempo que era el más listo y el más guapo de todo el archipiélago, y tenía amigos muy poderosos que le visitaban en su castillo para decirle lo que era mejor para todos. Y él, que tenía muy en cuenta sus opiniones, les hacía caso. Así, se construyeron miles de castillos todo incluido y comenzaron a venir millones de visitantes que querían conocer la magia de los volcanes y todo fue prosperidad y felicidad. Es verdad que algunos súbditos empezaron a protestar. Las playas donde habían pescado desde pequeños fueron sepultadas por las obras de los castillos y ahora tenían que irse más lejos para poder pescar. Entonces, el príncipe, enfurecido, llamó a sus amigos juglares para que inventaran canciones alabando la idea de construir castillos y bodegas y para que las cantara por las calles y los pueblos todo el día, porque él seguía convencido de que era lo mejor.
Un día, el príncipe, que se había llevado el caballo oficial del castillo, hizo una visita secreta a esos que protestaban por la masificación y les dijo: “¿Es que no se dan cuenta de que todo esto es por nuestro bien? ¡Nunca antes tuvimos tanto oro! ¿Qué más da que no haya peces cuando podemos comprarlos fuera, sin ningún esfuerzo? ¡Ustedes no entienden nada! ¡Mis amigos poderosos dicen que es lo mejor que podemos hacer y lo vamos a hacer! ¡Ignorantes!”. Y todos le aplaudieron y le vitorearon porque vieron que tenía razón.
Y así termina esta historia. El príncipe y sus amigos sobrevenidos fueron felices en su castillo y conquistaron la gloria y alguna desaladora para el bien de todos sus súbditos. Y el resto de príncipes, muertos de envidia, le criticaban porque no le llegaban ni a los tobillos en prestancia y elegancia, y los súbditos cantaban y bebían en cada romería porque sabían que el príncipe y su corte eran una gran familia que protegía a los suyos.
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