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Creado en 03 Junio 2010 0 Comentarios

Con la crisis por montera

crisis

 

A menudo el noticiero es caprichoso y nos ofrece la oportunidad de disfrutar de una visión rápida y privilegiada de la decadencia de nuestros gobernantes.

 

El mismo día, columna arriba columna abajo, pudimos saber que el Gobierno de Canarias pagó con cargo a los presupuestos un vestido a la mujer de Paulino Trilero por valor de 1.260 euros. Según su diseñador, “había otros tejidos mucho más baratos y ella eligió éste. No le importaba que resultara caro”.

 

Y a la vez, conocimos que la tasa de paro en Canarias sigue siendo la más alta del país, con 266.000 desempleados, que en Lanzarote encima sigue subiendo, y que hasta Cáritas se ha lanzado a denunciar la corrupción y a pedir que, antes del derroche electoral que se avecina, “no llenen estómagos agradecidos, llenen estómagos necesitados”.

 

Es la mejor fotografía de la realidad que vivimos. De la realidad virtual en la que parece vivir el Gobierno y de la realidad real que padecen los ciudadanos.

 

Es sabido que nadie escribe tan mal como los defensores de ideologías que envejecen, que nadie ejerce su oficio con menos pulcritud y cuidado. Eso decía de algunos periodistas Harry Haller, el lobo estepario de Herman Hesse. Y en Lanzarote puede comprobarse cada vez que el Lamelot abre la boca para hablar de la lucha contra la corrupción y el crecimiento turístico.

Tenemos en esta isla un grupo de periodistas que tienen la curiosa costumbre de difamar a los demás por hacer lo mismo que ellos hacen. Son ellos, que escriben al dictado de quien les paga, quienes acusan de estar manipulados a cualquiera que ose contradecir las tesis del poder económico que les sustenta.

Curiosamente, la mayoría de ellos se han ido aglutinando de manera natural en torno a la revista y la televisión de John Francis Rose, el empresario que aspira a batir el récord de imputaciones por corrupción en la isla. Y son ellos quienes vomitan sus presuntas opiniones para defender una ideología, la neoliberal, que no entiende de límites ni de leyes, y que envejece a la misma velocidad que nuestros periodistas de la corrupción.

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